We're just two lost souls swimming in a fish bowl, year after year.
Running over the same old ground, what have we found? The same old fears. Wish you were here.


lunes, 5 de noviembre de 2012

Somebody I used to know

Hoy todo es distinto. Desenvolvemos un mes nuevo, el de nombre triste y sonrisa caída, un mes del que  quizá se espere demasiado.
Hoy lo recuerdo en la playa, mirándome con los ojos muy abiertos y la boca apretada. Parecía que nunca había aprendido a sonreír y llegué a dudar de los recuerdos que lo desmentían.
Me sentía como si quisiera alcanzarme como se alcanza el arco iris, como si quisiera aferrarse de nuevo al clavo ardiendo que yo suponía para él. Pero yo estaba lejos, demasiado lejos. Me encontraba en la calma vacía que te adormece cuando por fin descubres lo que quieres y todas las dudas pegajosas se marchan para siempre.
Incluso antes de saberlo había estado lejos. Siempre había existido una reja metálica que se interponía entre nosotros, dejando en nuestra boca el sabor a sangre del hierro indeciso. Si alguna vez creyó que la barrera había desaparecido fue porque, sin saberlo, había entrado a mi jaula de desesperación. Yo nunca había salido.
Él no veía los barrotes, por supuesto, ni se sentía encerrado, o al menos, no en todo momento. Había veces que la diminuta puerta de la jaula se le antojaba letal, pero supongo que intentaba no pensar en que llegaría el momento de atravesarla sin mirar atrás.
Como buen idealista consiguió convencerse a sí mismo de que todo acabaría bien. Desgraciadamente, vio luz donde sólo había lugar para las tinieblas. Fueron aquellas sombras las que lo envenenaron al tocarme. Insensato, quizá creyó que la oscuridad no es contagiosa.
A pesar de todo, se envolvió voluntariamente en aquel manto de cielo sin luna, de ausencia de magia, de abrazos invisibles.
Yo miraba la arena, recuerdo que la miraba. Mi propio vacío me asustaba en sus ojos, allí donde había volado, y la ausencia de culpa me hacía sentir culpable.
Hoy no te conozco. Las marionetas que fuimos son mecidas una y otra vez contra las piedras de la orilla y aquellas noches en que movimos los hilos carecen de sentido. Ya no somos de madera, no fingimos ser nadie.
Hoy olvidamos que no fuimos nada. Hoy te alegras de que yo tampoco sea feliz pero hay muchos detalles que se te escapan. Hoy empiezo desde cero.


Querías atraparme pero no podías porque, tal y como sospechabas en el fondo de tu corazón, ya estaba atrapada.

Canción de hoy: Gotye- Somebody I used to know

viernes, 19 de octubre de 2012

El amor

Qué tienes, qué tenemos, 
qué nos pasa?
Ay, nuestro amor es una cuerda dura
que nos amarra hiriéndonos
y si queremos
salir de nuestra herida,
separarnos, 
nos hace un nuevo nudo y nos condena
a desangrarnos y quemarnos juntos.

Qué tienes? Yo te miro
y no hallo nada en ti sino dos ojos
como todos los ojos, una boca
perdida entre mil bocas qué besé, más hermosas,
un cuerpo igual a los que resbalaron
bajo mi cuerpo  sin dejar memoria.

Y qué vacía por el mundo ibas 
como una jarra de color de trigo
sin aire, sin sonido, sin substancia!
Yo busqué en vano en ti
profundidad para mis abrazos
que excavan, sin cesar, bajo la tierra:
bajo tu piel, bajo tus ojos
nada,
bajo tu doble pecho levantado
apenas
una corriente de orden cristalino
que no sabe por qué corre cantando.
Por qué, por qué, por qué,
amor mío, por qué?



Pablo Neruda

domingo, 16 de septiembre de 2012

El mejor de los pecados

No sé cómo, acabé abrazada a ti. Al fin y al cabo era lo que queríamos, por mucho que fingiéramos que aquella barrera invisible alzada entre nosotros resistiría lo suficiente.
Creo que cuando acordamos estar separados pasamos por alto algunos detalles, como, por ejemplo, el más importante de todo: no podemos. 
Yo lo estaba deseando, tú lo sabías. Todo formaba parte de un juego del que ya conocemos todos los secretos; al fin y al cabo, fue idea nuestra.
Me había contenido durante toda la noche, disfrutando de mi deporte de riesgo favorito, ése en el que sales ganando si pierdes. Sabes que no puedo resistirme. Estar cerca de ti y no desearte me parece tan ridículo como imposible, por mucho que las cosas no vayan como yo quisiera, a pesar de los errores que arrastramos con nosotros y todo el daño que aún guardamos alojado entre las costillas. Quizá sea precisamente por eso.
Mis manos rodeaban tu cuello y las tuyas acariciaban mi espalda. Nada más. Aquélla era la despedida decente que, aunque comenzaba a sobrepasar los límites que establecían las normas, seguía siendo legal. Lástima que esas reglas siempre nos tienten a quebrantarlas.
Yo negaba con la voz pero mis ojos eran incapaces de mentirte.
No necesitaste pedir permiso porque conocías la respuesta de antemano. Tu boca cayó en la mía, de golpe y en picado. Me besaste despacio, saboreando en mis labios tu ausencia.
En los segundos previos al incendio dudé por un instante, pensé en lo mucho que te echaría de menos después pero, como de costumbre, arrojé aquella palabrería a las llamas, alimentándolas aún más. Fue una experiencia única, pero no irrepetible.
Mi cuerpo les susurraba a tus manos lo mucho que las habían extrañado, mientras miles de sonrisas de satisfacción se me escapaban entre beso y beso. ¿Cómo podría negarme a tocar el cielo de tu mano, a acariciar las nubes y morder con suavidad las estrellas?
Con avidez, como si fuera la última vez, como si el mundo acabara esa noche, bebí de ti casi inconscientemente, sin planear el siguiente paso, y es eso lo que marca la diferencia con el resto; porque besarte es tan sencillo como respirar y sé todo lo que tengo que hacer sin saber explicarlo. Nos conocemos tan bien, nos hemos amado tanto en noches como ésa...
Te tengo sólo por un momento, pero es el mejor de todos cuantos podría desear. Esos minutos contigo merecen la pena. No importa que luego nos despidamos con cortesía, temiendo las repercusiones de engañar a lo prohibido, ni que al día siguiente sienta frío sin tus brazos. No importa que el miedo siga acurrucado al final del pasillo, porque el recuerdo de tu calor hace explotar cualquier cosa.

Y cuando más te necesito, cuando me maldigo en silencio por ser tan débil, es cuando más deseo que vuelvas a hacerme caer para sentir esa gloriosa sensación de vértigo que hace que la vida valga la pena.

Canción de hoy: Stealers Wheel- Stuck in the middle with you

martes, 11 de septiembre de 2012

Hermosa y terrible

La ciudad parece distinta.
Antaño se me presentaba como salida de un cuento, mágica e increíble, un lugar donde sólo podían suceder cosas maravillosas.
La Alhambra, las calles llenas de gente, las tiendas, grandes y pequeñas; los parques, los rincones, tu habitación.
Granada era como una promesa de un final feliz, del desenlace esperado que, en secreto, no guardaba más que silencio.
Cuando recuerdo aquellas noches frías me parece estar deshilando sueños inconclusos de una mente ajena. 
 Las luces de Navidad, las bufandas de lana. Yo tiritaba y el frío sólo era una excusa más para besarte bajo las hadas multicolores de la ciudad que marcó un final y un comienzo en la historia del país.
Magia y pasado, seguridad y decisión.
Quizá recuerdo aquellos momentos rodeados de niebla porque otros más recientes los han envenenado lentamente.
Sueño con Granada y en las calles desiertas reinan las sombras. Las personas no son más que enemigos que desean arrebatarme aquello que más necesito.
La ciudad aparece como una trampa, hermosa y terrible. Me la imagino como un animal que, agazapado, espera pacientemente a que el forastero cometa el más mínimo error para abalanzarse sobre él y devorar sus esperanzas.
Miedo, eso es lo que siento. Miedo a verme vencida por el espíritu cruel de la ciudad que perdió su magia una noche de verano, la más corta del año.
Las callejuelas estrechas perdieron su encanto, las plazas están vacías, como los corazones, y las farolas dejaron de iluminar nuestras vidas.
No obstante, a veces me veo con la fuerza necesaria para hacerle frente. Me miro en el espejo con el ceño fruncido y me prometo a mí misma que dominaré Granada y la someteré a mis deseos, convirtiéndola por fin en la ciudad encantada que se me prometió. Entonces la felicidad se hace tangible en los adoquines de piedra.
Hoy es una de las otras veces. No quiero ir allí, no quiero vivir en el escenario de mis pesadillas. Granada es una jaula enorme en cuyos barrotes están escritos cada uno de mis fracasos, ésos que me recuerdan el por qué de tu ausencia en mi cama.
Nada de esto tiene sentido, ¿no es cierto? Una ciudad no es más que eso. Y, sin embargo, no dejo de preguntarme cuánto tiempo aguantaré antes de que la bestia despierte de nuevo y me atraviese con sus colmillos oscuros.

Canción de hoy: Barricada-Blanco y negro

martes, 4 de septiembre de 2012

Laberinto sin salida

El aire pesado del laberinto seguía llenando mis pulmones de oxígeno arenoso.
No estaba sola. Había muchas personas como yo, desesperadas, que buscaban la salida oculta recorriendo aquellos pasillos interminables.
Yo seguía sin encontrarla, aunque no había perdido la esperanza. Hasta ese momento. Llevaba demasiado tiempo allí encerrada y no había nada que distrajera mi mente de la única idea que me roía los huesos: escapar. Tenía que escapar, tenía que salir de allí o acabaría perdiendo la cabeza.
Mis acompañantes eran silenciosos y, por mucho que algunos de ellos se esforzaran por mantenerme entretenida, mi agobio aumentaba con cada palabra vacía que pronunciaban. No todos conocían mi secreto, pues estaban demasiado ocupados solucionando sus propios problemas como para preguntar por los ajenos.

Hacía días que notaba que me faltaba el aire. Me ahogaba. Sentía que los pasillos se estrechaban a mi paso.
Mi cuerpo pesaba tanto que me costaba mantenerme en pie y cada paso que daba, cada recodo que giraba para encontrarme con más muro gris, me agotaba inexplicablemente.
Al final, mi cuerpo pesaba tanto que me rendí y tuve que arrastrarme por el suelo para desplazarme, como la mayoría de los presos.
Cuando noté que estaba muriendo me giré con mucho esfuerzo y me coloqué boca arriba.
Las estrellas parpadeaban en lo alto, recordándonos que había un mundo exterior, un mundo más fácil. No sé qué fue lo que pasó, pero volví a respirar; eso sí, cada vez me resultaba más difícil.
Fue entonces cuando decidí que estaba harta de buscar una salida que se empeñaba en rehuirme. Sólo se mostraría a quien esperara lo suficiente y aprendiera en aquel laberinto lo que necesitaba saber. Siempre he sido muy impaciente y no podía soportar la idea de esperar ni un rato más en aquella jaula gigante.
Cualquier cosa era mejor que masticar ese vacío insípido. 
Tardé varios minutos, pero conseguí ponerme de rodillas. De la nada apreció una tiza negra y me acerqué como pude a la pared más cercana. Dibujé una puerta en ella.
Sabía que aquélla no era mi salida, sabía que quizá las consecuencias de mi impaciencia serían peores que la larga espera en la quietud de los pasillos, pero sentía que no podía más.
Dudaba de si sería capaz de hacerlo cuando volví a quedarme sin aire.
Tras conseguir levantarme, respiré hondo y mis costillas se quejaron, e imaginé fugazmente mi cuerpo deshecho y ensangrentado en el suelo antes de lanzarme contra el muro con los ojos cerrados y riendo como una loca.
Ahora no consigo explicarme cómo fui capaz de creer que sería posible cruzar la pared de ladrillos grises sin herirme. Aquella salida lo significaba todo para mí, era lo que necesitaba, lo que más ansiaba. Aquella puerta falsa era otro producto de un delirio de desesperación... Y autodestrucción.

Canción de hoy: Arctic Monkeys- The Jeweller´s hands

domingo, 2 de septiembre de 2012

Baker Street

Siempre quise tocar el saxofón. Sé que no es un deseo irrealizable porque, aunque la música no se me da muy bien, podría haberme apuntado a clases y quizá ahora sabría tocar “Baker Street”, pero tengo la mala costumbre de no volcarme en ese tipo de sueños.
Parece que prefiero dejarlos así, como metas que nunca cumpliré. 
Cada vez que escucho esta canción no puedo evitar embarcarme en un viaje al pasado y, quién sabe, tal vez también al futuro.
Recuerdo la calle que lleva este nombre y la ciudad que la acoge. Nos recuerdo a nosotros. Aquel día fue nuestra primera pelea grave. ¿Recuerdas aquel bar, el “Shakespeare”?
Parece que fue ayer, pero cuántas cosas han cambiado.
Fue la primera vez que viajé sola en metro. Cada uno tomó su camino y ni siquiera escogimos la misma línea para volver a casa. Yo no podía dejar de llorar y el resto de pasajeros me miraban con disimulo, acostumbrados a las excentricidades de los londinenses. Intentaba controlar mi tristeza con la música que me aislaba parcialmente del mundo exterior. Creo que ya he perdido del todo mi vergüenza a llorar en público.
Después de perseguirte durante un tiempo y pedirte perdón, accediste a comer conmigo en aquel bar. Pedimos una hamburguesa con patatas. Lo recuerdo bien. Yo apenas probé bocado.
Hacía tiempo que no lloraba tanto; sentía que me rompía por los costados y que no tardaría en derrumbarme en el suelo. Me costaba mirarte a los ojos, pues lo veía todo distorsionado por el miedo. Es curioso cómo el dolor se apacigua con el paso del tiempo. 
Insultaste mi estupidez, fuiste muy fuerte al lanzarme todos mis errores a la cara con un método casi didáctico cuando lo que realmente querías hacer era consolarme y susurrarme al oído que no pasaba nada, que estaba perdonada.
Al final mis lágrimas siempre ablandan tu sarcasmo. 
Cuando lloro mis ojos se vuelven verdes y es más fácil avanzar entre esa suave maleza que entre las dunas oscuras y cambiantes de mis desiertos. Viste en ellos todo lo que necesitabas ver y por fin te sentaste a mi lado, abrazándome con fuerza.
Una de las cosas que más me gusta en el mundo es sentirme débil a tu lado, porque tus brazos hacen que recupere la fuerza de una manera increíblemente eficaz. Qué bien me sentía a tu lado.
Había llegado a creer que todo había terminado, que te perdería allí, en el típico pub inglés, en la ciudad que tanto amas.
La realidad era distinta, pues te perdería meses después, en otra ciudad muy diferente. 

La magia del saxofón reside en su melancolía. Su voz rota es una mezcla de pasión y desesperación. Es una seducción fatal. El saxofón parece condenado a tocar melodías tristes, no por ello lentas, porque es donde mejor se encuentra; en las canciones tristes.
Baker Street. Sus gritos me parecen desgarradores y hermosos. Parece una sonrisa, amplia y triste.

Ahora, nuestra vida anterior me parece un extraño sueño del que he despertado a la fuerza. Ficción y realidad se entrelazan en mi mente. Te echo de menos. 

Canción de hoy: Gerry Rafferty- Baker Street

viernes, 31 de agosto de 2012

Laura

Laura miró disimuladamente el cigarrillo que acaba de liar y luego a mí. La conozco bien y las palabras muchas veces sobran entre nosotras.
-Quieres salir fuera, ¿verdad? 
Asintió con una pequeña sonrisa y me levanté con resignación.
Laura fumaba bastante, aunque el elevado precio de aquel vicio la había obligado a limitarse prácticamente al tabaco de liar. Yo nunca había sostenido un cigarro entre los labios, ni pensaba hacerlo nunca, pero respetaba su decisión, siempre y cuando no me echara el humo a la cara.
No recuerdo el momento en que Laura dejó de ser una compañera de clase para convertirse en una amiga. Ella era diferente. Cada mañana yo llegaba tarde a clase y ella me esperaba medio dormida en la última fila.
Había sido mi punto de apoyo durante todo un año, pero nunca le conté mis problemas. Era mejor así. Claro que confiaba en ella, ¿cómo no iba a hacerlo? Laura parecía muy seria, incluso insensible, pero sabía escuchar. La razón por la que yo no le contaba mis problemas era simple: me gustaban las cosas como estaban, no quería preocuparla ni responder preguntas incómodas que me recordarían todo lo que había pasado.
-Escucha esta canción y dime qué te parece. 
Laura había sacado el móvil y me ofrecía un auricular con una mano mientras que con la otra daba una calada, entrecerrando los ojos, como siempre.
Coincidíamos en muchos aspectos, es cierto, pero yo no solía escuchar la misma música que ella. Apenas había artistas españoles en mi ipod, pero ella los prefería, sobre todo si sus canciones eran de carácter reivindicativo.
-Hay un concierto el día ocho. ¿Te apuntas? 
No me sentía muy identificada con ese tipo de música, pero me moría de ganas por ir a un concierto, al que fuera. Además, la iba a echar mucho de menos. Laura recibió la respuesta con una sonrisa mayor que la anterior y comenzó a tararear la canción, que aún sonaba.
Muchos creían que era lesbiana. Sin duda era por su aspecto, con cierto aire masculino, y porque no se le conocía ninguna relación, ni la más breve. Para mí era un ser asexual, más bien desinteresado en esos temas, aunque no tardaría en comprobar que los rumores no eran ciertos.
Cuando acabó el cigarro volvimos adentro. Si quedabas con Laura ya sabías a donde te tocaba ir. El oscuro bar no tenía muy buena reputación entre los jóvenes, excepto entre los que lo visitaban con asiduidad. A mí me gustaba porque era el único lugar de la ciudad donde ponían música rock continuamente. Allí podíamos pasarnos horas.
Laura sabía que me pasaba algo, se notaba en la atención que prestaba a mis gestos. Lo bueno que tenía era que no preguntaba. Si no querías contarle algo, no se lo contabas. Laura no se lo tomaba mal. Sinceramente, creo que hasta agradecía aquella aparente felicidad. Es la típica persona a la que no le gustan los problemas y no solía preocuparse por las cosas durante demasiado tiempo, sólo el suficiente. Cuando se levantó a por otra caña me fijé en la bonita curva de sus caderas. Estaba segura de que el desinterés que mostraba por los demás se debía a que no se sentía atractiva, aunque yo creía que era bastante guapa. Laura nunca llevaba el pelo suelto y siempre lo recogía en una coleta de ondas rebeldes. No usaba maquillaje y nunca la vi con una falda puesta. Tenía un estilo propio, no seguía las modas ni le importaban los comentarios del resto de chicas. Yo la admiraba por ello. Admiraba también su despreocupación y sus ocurrencias, ésas que me hacían reír hasta llorar.
-No me puedo creer que no te guste la cerveza. Bah, pruébala, anda.
Por mucho que probara la cerveza, seguía sabiéndome a humedad. Laura solía reírse de mí. A veces creo que me veía como a una pequeña inocente en un mundo de adultos.
-Pues prepárate: en el concierto no sirven cubatas. Cerveza o sangría.
-Creo que prefiero la sangría.- dejé la caña sobre la mesa e hice una mueca, asqueada. Laura suspiró y sacudió la cabeza, como si no pudiera creer que a alguien no le gustara. No importaba. Ella no me obligaba a ser alguien que no era y yo me sentía segura a su lado.
Bajé la mirada y me topé con mi falda de flores. Giré el cuello y observé las paredes, desde donde unos esqueletos músicos nos sonreían. Definitivamente, yo no parecía encajar en aquel lugar. Sin embargo, la chica del bar, que era checa, me sonreía desde el otro lado de la barra como a una vieja amiga. Ella vestía siempre de negro e iba despeinada. Bajo la manga del brazo derecho asomaba un tatuaje que trepaba hasta su hombro.

Las apariencias engañan, ¿sabéis? Cuando conocías a Laura te arrepentías de no haberlo hecho antes. Me sorprendí de la empatía que podía llegar a sentir por otros, sobre todo por la gente mayor. Yo tampoco era lo que parecía. Detrás del pelo revuelto y el rímel se escondían secretos vergonzosos que trepaban por mi garganta, queriendo salir, pero que yo devolvía a su sitio con pequeños tragos de Coca cola.
Seguimos hablando del mundo, del futuro y de cerveza en el pequeño bar, donde el tiempo transcurría demasiado rápido. Qué rápido es el tiempo cuando quieres congelarlo.

Canción de hoy: The Strokes- Reptilia

martes, 28 de agosto de 2012

Prólogo

Todas las historias comienzan presentando a su protagonista.

Mónica tenía dieciocho años. Tenía cuerpo de maniquí, manos de pianista y pies de bailarina. Sus grandes ojos castaños sonreían al mismo tiempo que su boca y de pequeña le habían hecho parecer un simpático mochuelo.
Lo más importante sobre Mónica era que solía confundir los sueños con la realidad.
Una vez, cuando tenía ocho años, había soñado que encontraba el esqueleto de su abuelo paterno en la huerta, entre las esbeltas plantas de alubia. Había sido devorado por las abejas.
Cuando despertó a la mañana siguiente se sintió tan triste que se negó a desayunar, guardando para sí la triste razón de su ayuno. Cuando aquella tarde habló con su abuela por teléfono no se atrevió a preguntarle nada, pero durante toda la conversación sintió un tirante nudo en la garganta. Antes de colgar, su abuelo se puso al teléfono. Al oír su voz, las lágrimas acabaron con las espesas telarañas de aquella pesadilla.
Años después, frente a la oscura lápida de su abuelo, Mónica recordaría aquel horrible sueño que le había parecido tan real, más incluso que el día del funeral, cuando el sol se adhería sádicamente a su ropa negra.

Últimamente se despertaba desorientada, con la mente aún en sueños que no conseguía recordar con claridad. En los últimos meses había aprendido mucho y lo poco que no había sacado de sus errores se lo habían enseñado las películas de Woody Allen.
En menos de treinta días se marcharía a una nueva ciudad, grande y mágica, para empezar una nueva etapa. Los nervios correteaban arriba y abajo por todo su cuerpo mientras terminaba la lista de cosas que iba a necesitar. Solía hacer listas para todo debido a su mala memoria.
Mónica subió lentamente la escalera de la casa de su abuela, pisando los viejos peldaños cubiertos por una moqueta granate y acariciando distraídamente la conocida barandilla de madera. Su habitación estaba en la primera planta, la primera a la derecha.
Antes de llegar, dos esmeraldas la observaron desde el último escalón. Un gato negro la miraba fijamente mientras se estiraba perezosamente sobre el suelo de madera. ¿De dónde había salido?
 -¡Sara! ¡Hay un gato en la escalera!