We're just two lost souls swimming in a fish bowl, year after year.
Running over the same old ground, what have we found? The same old fears. Wish you were here.


viernes, 31 de agosto de 2012

Laura

Laura miró disimuladamente el cigarrillo que acaba de liar y luego a mí. La conozco bien y las palabras muchas veces sobran entre nosotras.
-Quieres salir fuera, ¿verdad? 
Asintió con una pequeña sonrisa y me levanté con resignación.
Laura fumaba bastante, aunque el elevado precio de aquel vicio la había obligado a limitarse prácticamente al tabaco de liar. Yo nunca había sostenido un cigarro entre los labios, ni pensaba hacerlo nunca, pero respetaba su decisión, siempre y cuando no me echara el humo a la cara.
No recuerdo el momento en que Laura dejó de ser una compañera de clase para convertirse en una amiga. Ella era diferente. Cada mañana yo llegaba tarde a clase y ella me esperaba medio dormida en la última fila.
Había sido mi punto de apoyo durante todo un año, pero nunca le conté mis problemas. Era mejor así. Claro que confiaba en ella, ¿cómo no iba a hacerlo? Laura parecía muy seria, incluso insensible, pero sabía escuchar. La razón por la que yo no le contaba mis problemas era simple: me gustaban las cosas como estaban, no quería preocuparla ni responder preguntas incómodas que me recordarían todo lo que había pasado.
-Escucha esta canción y dime qué te parece. 
Laura había sacado el móvil y me ofrecía un auricular con una mano mientras que con la otra daba una calada, entrecerrando los ojos, como siempre.
Coincidíamos en muchos aspectos, es cierto, pero yo no solía escuchar la misma música que ella. Apenas había artistas españoles en mi ipod, pero ella los prefería, sobre todo si sus canciones eran de carácter reivindicativo.
-Hay un concierto el día ocho. ¿Te apuntas? 
No me sentía muy identificada con ese tipo de música, pero me moría de ganas por ir a un concierto, al que fuera. Además, la iba a echar mucho de menos. Laura recibió la respuesta con una sonrisa mayor que la anterior y comenzó a tararear la canción, que aún sonaba.
Muchos creían que era lesbiana. Sin duda era por su aspecto, con cierto aire masculino, y porque no se le conocía ninguna relación, ni la más breve. Para mí era un ser asexual, más bien desinteresado en esos temas, aunque no tardaría en comprobar que los rumores no eran ciertos.
Cuando acabó el cigarro volvimos adentro. Si quedabas con Laura ya sabías a donde te tocaba ir. El oscuro bar no tenía muy buena reputación entre los jóvenes, excepto entre los que lo visitaban con asiduidad. A mí me gustaba porque era el único lugar de la ciudad donde ponían música rock continuamente. Allí podíamos pasarnos horas.
Laura sabía que me pasaba algo, se notaba en la atención que prestaba a mis gestos. Lo bueno que tenía era que no preguntaba. Si no querías contarle algo, no se lo contabas. Laura no se lo tomaba mal. Sinceramente, creo que hasta agradecía aquella aparente felicidad. Es la típica persona a la que no le gustan los problemas y no solía preocuparse por las cosas durante demasiado tiempo, sólo el suficiente. Cuando se levantó a por otra caña me fijé en la bonita curva de sus caderas. Estaba segura de que el desinterés que mostraba por los demás se debía a que no se sentía atractiva, aunque yo creía que era bastante guapa. Laura nunca llevaba el pelo suelto y siempre lo recogía en una coleta de ondas rebeldes. No usaba maquillaje y nunca la vi con una falda puesta. Tenía un estilo propio, no seguía las modas ni le importaban los comentarios del resto de chicas. Yo la admiraba por ello. Admiraba también su despreocupación y sus ocurrencias, ésas que me hacían reír hasta llorar.
-No me puedo creer que no te guste la cerveza. Bah, pruébala, anda.
Por mucho que probara la cerveza, seguía sabiéndome a humedad. Laura solía reírse de mí. A veces creo que me veía como a una pequeña inocente en un mundo de adultos.
-Pues prepárate: en el concierto no sirven cubatas. Cerveza o sangría.
-Creo que prefiero la sangría.- dejé la caña sobre la mesa e hice una mueca, asqueada. Laura suspiró y sacudió la cabeza, como si no pudiera creer que a alguien no le gustara. No importaba. Ella no me obligaba a ser alguien que no era y yo me sentía segura a su lado.
Bajé la mirada y me topé con mi falda de flores. Giré el cuello y observé las paredes, desde donde unos esqueletos músicos nos sonreían. Definitivamente, yo no parecía encajar en aquel lugar. Sin embargo, la chica del bar, que era checa, me sonreía desde el otro lado de la barra como a una vieja amiga. Ella vestía siempre de negro e iba despeinada. Bajo la manga del brazo derecho asomaba un tatuaje que trepaba hasta su hombro.

Las apariencias engañan, ¿sabéis? Cuando conocías a Laura te arrepentías de no haberlo hecho antes. Me sorprendí de la empatía que podía llegar a sentir por otros, sobre todo por la gente mayor. Yo tampoco era lo que parecía. Detrás del pelo revuelto y el rímel se escondían secretos vergonzosos que trepaban por mi garganta, queriendo salir, pero que yo devolvía a su sitio con pequeños tragos de Coca cola.
Seguimos hablando del mundo, del futuro y de cerveza en el pequeño bar, donde el tiempo transcurría demasiado rápido. Qué rápido es el tiempo cuando quieres congelarlo.

Canción de hoy: The Strokes- Reptilia

martes, 28 de agosto de 2012

Prólogo

Todas las historias comienzan presentando a su protagonista.

Mónica tenía dieciocho años. Tenía cuerpo de maniquí, manos de pianista y pies de bailarina. Sus grandes ojos castaños sonreían al mismo tiempo que su boca y de pequeña le habían hecho parecer un simpático mochuelo.
Lo más importante sobre Mónica era que solía confundir los sueños con la realidad.
Una vez, cuando tenía ocho años, había soñado que encontraba el esqueleto de su abuelo paterno en la huerta, entre las esbeltas plantas de alubia. Había sido devorado por las abejas.
Cuando despertó a la mañana siguiente se sintió tan triste que se negó a desayunar, guardando para sí la triste razón de su ayuno. Cuando aquella tarde habló con su abuela por teléfono no se atrevió a preguntarle nada, pero durante toda la conversación sintió un tirante nudo en la garganta. Antes de colgar, su abuelo se puso al teléfono. Al oír su voz, las lágrimas acabaron con las espesas telarañas de aquella pesadilla.
Años después, frente a la oscura lápida de su abuelo, Mónica recordaría aquel horrible sueño que le había parecido tan real, más incluso que el día del funeral, cuando el sol se adhería sádicamente a su ropa negra.

Últimamente se despertaba desorientada, con la mente aún en sueños que no conseguía recordar con claridad. En los últimos meses había aprendido mucho y lo poco que no había sacado de sus errores se lo habían enseñado las películas de Woody Allen.
En menos de treinta días se marcharía a una nueva ciudad, grande y mágica, para empezar una nueva etapa. Los nervios correteaban arriba y abajo por todo su cuerpo mientras terminaba la lista de cosas que iba a necesitar. Solía hacer listas para todo debido a su mala memoria.
Mónica subió lentamente la escalera de la casa de su abuela, pisando los viejos peldaños cubiertos por una moqueta granate y acariciando distraídamente la conocida barandilla de madera. Su habitación estaba en la primera planta, la primera a la derecha.
Antes de llegar, dos esmeraldas la observaron desde el último escalón. Un gato negro la miraba fijamente mientras se estiraba perezosamente sobre el suelo de madera. ¿De dónde había salido?
 -¡Sara! ¡Hay un gato en la escalera!